Heráclito
Era un paisaje de ensueño.
Un río de aguas azules y calmas que de tan transparentes
permitían ver a los peces y los cangrejos jugando en el fondo. Se veía el
tronco varado de lo que un día fue un poderoso quejigo que bajó con la
riada, y el que antes se alzaba orgulloso en la orilla, ahora no era nada más que refugio para los alevines.
Los animales acudían a beber a la pequeña playa sin miedo a
los depredadores e incluso aprovechaban para sestear en el pequeño prado a la
sombra del sauce.
Aquel sauce había visto y oído mucho a lo largo de su
milenaria existencia.
Recordaba al anciano barbudo que a su sombra pasaba las
tardes mirando al río, murmurando frases que para el sauce no tenían sentido y
que cuando el viejo marchaba le dejaban meditando sobre lo que había oído.
Una se le quedó especialmente grabada. Tan grabada en su
interior como las letras que los enamorados fueron cincelando a lo largo de los
años en su corteza: “No te bañarás dos veces en el mismo río”.
¿Qué sentido tenía aquello?
Él siempre veía el río igual. De acuerdo que a lo largo de los
años las márgenes cambiaban, pero era algo natural, las riadas o el simple paso
del agua iban poco a poco modelando su curso, alterando con paciencia y
constancia las orillas.
Cambiaban las plantas, los animales nacían y morían, pero el
sauce veía siempre el río igual, fluyendo sin descanso hasta – según oyó a la
gente que acudía a su sombra- llevar el agua al mar.
¿Qué habría querido decir aquel anciano con que no se
bañaría dos veces en el mismo río?
Las raíces del sauce se alimentaban de ese río, es más,
algunas habían quedado al descubierto al llevarse la tierra que las sustentaba,
pero para el árbol siempre era el mismo río.
Pasaban los años y el viejo sauce seguía pensando en la
frase del anciano.
Otras gentes habían buscado el refugio de su sombra, parejas
de enamorados al atardecer, familias que disfrutaban del verano en el fresco
cauce de ese río que al parecer nunca era el mismo, y otros ancianos que
miraban el fluir del agua comparándolo con el discurrir de sus vidas.
Fue uno de esos ancianos, acompañado de un joven aprendiz el
que le desveló el nombre del barbudo: Heráclito.
-
Mira, es probable que bajo este milenario sauce
el propio Heráclito contemplara este mismo río. Y por qué no, puede ser que
debajo de este árbol que ahora nos acoge con su sombra pronunciara las palabras
“No te bañarás dos veces en el mismo río”.
-
¿Es cierto eso maestro? ¿Quiere eso decir que
aunque me bañe dos días seguidos en este mismo lugar y a la misma hora el río
es otro?
-
Sí. Y aunque salgas y vuelvas a entrar el río ya será otro, del mismo modo que tú
también serás otro.
-
Pues no lo entiendo maestro.
-
Todo fluye, y así como el agua en la que entras
y sales ya no es la misma, tu cuerpo experimenta cambios a cada instante, por
lo que aunque sigas siendo tú en esencia, en sustancia eres otro, igual que el
río.
Maestro y discípulo se alejaron y
el viejo sauce obtuvo su respuesta.
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