domingo, 14 de octubre de 2018

HERÁCLITO


Heráclito


Era un paisaje de ensueño.

Un río de aguas azules y calmas que de tan transparentes permitían ver a los peces y los cangrejos jugando en el fondo. Se veía el tronco varado de lo que un día fue un poderoso quejigo que bajó con la riada, y el que antes se alzaba orgulloso en la orilla, ahora no era nada más que refugio para los alevines.

Los animales acudían a beber a la pequeña playa sin miedo a los depredadores e incluso aprovechaban para sestear en el pequeño prado a la sombra del sauce.

Aquel sauce había visto y oído mucho a lo largo de su milenaria existencia.

Recordaba al anciano barbudo que a su sombra pasaba las tardes mirando al río, murmurando frases que para el sauce no tenían sentido y que cuando el viejo marchaba le dejaban meditando sobre lo que había oído.

Una se le quedó especialmente grabada. Tan grabada en su interior como las letras que los enamorados fueron cincelando a lo largo de los años en su corteza: “No te bañarás dos veces en el mismo río”.

¿Qué sentido tenía aquello?

Él siempre veía el río igual. De acuerdo que a lo largo de los años las márgenes cambiaban, pero era algo natural, las riadas o el simple paso del agua iban poco a poco modelando su curso, alterando con paciencia y constancia las orillas.

Cambiaban las plantas, los animales nacían y morían, pero el sauce veía siempre el río igual, fluyendo sin descanso hasta – según oyó a la gente que acudía a su sombra- llevar el agua al mar.

¿Qué habría querido decir aquel anciano con que no se bañaría dos veces en el mismo río?

Las raíces del sauce se alimentaban de ese río, es más, algunas habían quedado al descubierto al llevarse la tierra que las sustentaba, pero para el árbol siempre era el mismo río.

Pasaban los años y el viejo sauce seguía pensando en la frase del anciano.

Otras gentes habían buscado el refugio de su sombra, parejas de enamorados al atardecer, familias que disfrutaban del verano en el fresco cauce de ese río que al parecer nunca era el mismo, y otros ancianos que miraban el fluir del agua comparándolo con el discurrir de sus vidas.

Fue uno de esos ancianos, acompañado de un joven aprendiz el que le desveló el nombre del barbudo: Heráclito.

-          Mira, es probable que bajo este milenario sauce el propio Heráclito contemplara este mismo río. Y por qué no, puede ser que debajo de este árbol que ahora nos acoge con su sombra pronunciara las palabras “No te bañarás dos veces en el mismo río”.

-          ¿Es cierto eso maestro? ¿Quiere eso decir que aunque me bañe dos días seguidos en este mismo lugar y a la misma hora el río es otro?

-          Sí. Y aunque salgas y vuelvas a entrar  el río ya será otro, del mismo modo que tú también serás otro.

-          Pues no lo entiendo maestro.

-          Todo fluye, y así como el agua en la que entras y sales ya no es la misma, tu cuerpo experimenta cambios a cada instante, por lo que aunque sigas siendo tú en esencia, en sustancia eres otro, igual que el río.



Maestro y discípulo se alejaron  y el viejo sauce obtuvo su respuesta.




No hay comentarios:

Publicar un comentario